IAN THORPE
Sus triunfos más importantes, casi todos
ellos en la modalidad de “libre” salvo alguna excepción en “estilos” y
“mariposa”, fueron: nueve medallas olímpicas, 5 de ellas de oro, participando
en las olimpiadas de Sidney 2000 y Atenas 2004; 11 medallas de oro en
campeonatos del mundo, 1 plata y 1 bronce.
Tras someterse a una operación en el
hombro izquierdo, contrajo una severa infección y estuvo muy cerca de perder el
brazo.
Reconoció su homosexualidad después de
haberlo negado durante años. Atravesó depresiones y tratamientos médicos e
incluso estuvo ingresado en un psiquiátrico tras mezclar antidepresivos y
analgésicos. Su declaración, que fue televisada, demostró el nivel de tortura
que los prejuicios pueden infringir a una persona.
De pequeño sufría brotes de autismo y fue
el agua y el olor a cloro su mejor terapia. Disciplinadamente aprovechó una
anomalía de sus talones que le ofrecía tener mayor velocidad para nadar “como
un tiburón”.
Aquel niño al que la comunidad gay
convirtió unos años después en un icono perfecto e ideal, es hoy una ruina
humana “un producto del Instituto Australiano de Deporte (AIS), la fábrica de
medallas puesta en marcha a imagen y semejanza de los institutos de deportes
creados en la antigua República Democrática Alemana que produce tantos
medallistas como vidas destrozadas”, señala Martin Hardie, especialista e
investigador en deporte australiano.
Thorpe, Phelps y Popov, tres mitos de la natación |
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